30/5/11

Maman: el retorno de lo reprimido


Ayer, domingo, fui a ver la exposición de la artista Louise Bourgeois en PROA.
La araña exterior -Maman- es inmensa y atrapante. Leo por ahí que representa lo maternal en una araña tejedora... Hay un artículo de Gustavo Nielsen donde explaya un poco mejor esta idea. Escribe tres reflexiones sobre Maman. Impecable. Gustavo Nielsen además de escritor es arquitecto y reflexiona sobre la estructura de Maman. Le da un valor agregado muy interesante. En la entrada de PROA junto a Maman, se lee también algo que ha escrito la propia Louise sobre los mosquitos que acarrean enfermedades y las arañas que se los comen. Por ende, la araña es buena. Buena y laboriosa. Tejedora y protectora. La imagen viene a mí como un disparo. Mi madre bióloga explicándome que cuando una araña teje su red, la siente como a su propio cuerpo. Es una extensión de ella misma. Si un bicho se posa en la tela es como si se posara en ella. Soy chica y las arañas me dan pavor porque algunas de ellas matan. Hay que saber cuáles. Mi madre bióloga nos explica a mi hermano y a mí que las arañas pequeñas, las más inofensivas son las más venenosas. ¿Por qué la naturaleza habría de dotar a una araña horrible con un veneno mortal? Primera iluminación: lo inofensivo puede ser peligroso. Pero esta araña de hierro teje otra tela.

Adentro hay otra araña, un poco más pequeña que entre sus patas "cobija" una jaula (su tela) en donde pueden verse pedazos del pasado de la artista. Una silla donde la mamá de Bourgeois se sentaba a tejer, huesos pegados a los barrotes, un relicario, un perfumero, las ventosas que la misma Bourgeois tuvo que aplicarle a su madre cuando estuvo enferma. También pueden verse algunos tapices originales muy viejos. La pequeña Louise se sentaba junto a su madre y sibujaba las partes gastadas de esos tapices. Todo está iluminado con una luz fantasmagórica que remite a lo oscuro, a la entraña. La puerta de la jaula está levemente entornada. ¿Tal vez para indicarnos que se puede salir de la jaula? No, qué va, es una puerta trampa: se entra, dice Maman, pero no se sale. Eso es lo que hacen las arañas, Louise. Se comen los mosquitos. Se los devoran. Las patas de la araña parecen rejas curvas. Cuchillos cortantes. Una pata de esa araña puede atravesarte. ¿Dónde está el cobijo? Si esto es cobijo yo prefiero el cielo abierto y las estrellas.


La habitación de los padres, en cambio, me parece sencillamente una instalación magistral. Somos espías de esa habitación que se nos revela semioculta. ¿Quiénes son nuestros padres? ¿Quiénes son de verdad? ¿Cómo se aman? ¿Se aman? ¿Qué les gusta hacer cuando están solos, sin mi? ¿Existen sin mi? ¿Existieron antes que yo? Espío por detrás de las puertas pesadas de madera que rodean toda la instalación. No hay forma de ver el cuarto sino a través de las rendijas de estas puertas cerradas o semi entornadas. Dentro del cuarto la atmósfera es de un aire irrespirable. El siglo XX ¿no está plagado de ese aire sofocante, aire de guerras, espacios cerrados y falos por doquier? Veo las agujas de la mamá de Louise (cuándo no) y una radio atemporal. El almohadón que dice Je te aime, bordado en un rojo vivificante, me recuerda la sangre de las mujeres. Mi padre -que ha venido conmigo a ver esta obra- espía conmigo detrás de las puertas pesadas de madera. Yo lo miro hacerse pequeño. Todos nos volvemos un poco pequeños cuando espíamos el cuarto de nuestros padres.

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