Es tan extraño que todos seamos extraños. Hay gente por doquier pero nada sabemos sobre ella. ¿Qué hacen? ¿Qué les gusta? Algo podemos sonsacar con la ropa. Un hombre de traje y una mujer de vestidito blanco cruzan la avenida Cabildo. Adolescentes con sus melenas absurdas y sus ropas brillantes. Un hombre con jeans gastados a la cintura habla de Jesús y me intercepta. Me dice: todos somos pecadores. Gente mascando chicle. Gente que lame un helado y dice: el que inventó el helado es un genio. Gente comiendo garrapiñada, comprando zapatos de liquidación, mirando remeritas y preguntándose ¿esto es lo que se usa ahora? Gente que habla de su auto, su trabajo, sus niños, su madre, su enfermedad, su mala memoria. Existe una barrera ínfima, social y urbana, un código secreto que aprendemos desde pequeños ("no se habla con personas extrañas"). Pero es tan delgada la línea que cuando ésta se rompe emerge la punta de un iceberg maravilloso.
Es tan extraño que todos seamos extraños.
Tengo que hacer tiempo porque una amiga cumple años pero recién a las ocho estará en su casa. Es martes y estoy en capital. No vale la pena volver a casa por sólo una hora. Me preparo para ver este collage urbano de personajes. ¿Qué mejor lugar que la plaza? Espacio público que por épocas ha sido desmembrado, ninguneado, espoleado y envejecido. Los bares de Belgrano cansan. Toda esa parafernalia que nos deja ciegos, sordos y mudos. Demasiados colorcitos. Demasiada músiquita. Demasiados asientitos mulliditos y, por sobre todo, los cafecitos que cada vez vienen más chiquititos y con precios cada vez más caros.
Voy a la plaza, entonces. Antes me agencio un cortado en el local de Havanna que, desde que hay extranjeros en esta ciudad que extrañan la onda Starbucks, preparan cafés espumosos en altos vasos de cartón (como los que se ven en las películas donde los personajes pasean por una New York idílica). Supongo que esa es la idea. Sentirse un poco fuera de contexto. Estar en una ciudad que no es. O estar en una ciudad que por obra de la globalización ha cambiado de sobremanera.
La plaza de La Redonda está enteramente remodelada. Estuvieron un año poniéndole rejas, malvones rojos en los altos maceteros, cambiando los asientos de granito por asientos de madera y colocando baldosas nuevas. A una determinada hora la cierran y nadie queda adentro. Es bastante triste para quienes han vivido épocas en donde las plazas eran refugios para darse besos y arrumacos que sólo el amparo de la noche y de la plaza permitían. Lo cierto es que las rejas le dan un aspecto muy triste si uno la ve desde afuera pero, una vez que uno ha traspasado la barrera y logra ubicarse en un asiento lejos de los bordes, puede, quizás, abstraerse de tamaña cárcel. Y allí estaba yo con mi vasito de café buscando ese asiento que me permitiera una hora de reposo. Y lo encontré. Pero, al parecer, alguien más lo encontró. Un muchacho de pelo rubio y ojos celestes fue a sentarse justo al banco que yo había visto libre hacía unos segundos. No me desanimé y le pregunté si podíamos compartir el asiento. Me dijo que sí por lo que me acomodé en un extremo del banco con mis cosas y mi vasito de café. Nos quedamos en silencio. Un silencio raro. La proximidad de nuestros cuerpos exigía que nos miráramos, que nos dijéramos alguna cosa, aunque más no sea para comentar cómo las palomas volaban en picada hasta casi estrellarse en la cabeza de los transeúntes. Y, efectivamente, eso fue lo que sucedió. Espontáneamente surgió la charla.
Al instante, si queremos, podemos tocar una fibra de un otro sin siquiera conocerlo. ¿Quién era este muchacho de ojos claros? Ni idea. ¿En qué trabajaba? ¿Por qué estaba allí? Parecía menor de lo que luego resultó. Y, claro, yo también parecía menor. ¿Por qué alguien de 31 años estaría sentado en un banco de una plaza con un vasito de café en la mano? ¿No tendría que estar haciendo cosas importantes de su vida? ¿No tendría que estar produciendo, trabajando, divirtiéndose, algo, no lo sé, en vez de estar contemplando una plaza desde un banco de madera, solos? ¿Por qué?
Es tan extraño que todos seamos extraños.
19 comentarios:
A mi me pasa lo mismo sobre todo cuando viajo en subte o en bondi me pregunto: a estas personas que quizas nunca mas me las cruce en la vida, que les estará pasando? que será de sus vidas? que los hará felices?
Sí, a mí también me pasa a veces cuando viajo en subte y también puedo preguntarme quién es veroka que siente lo mismo y quién es Flor, extraños, extraños, y quién soy yo, seré otro extraño, dónde estamos nosotros los humanos... y estamos en el subte todos tan pegados que evitamos mirarnos las caras como si fuera un pecado... pero yo estoy seguro que en algún lugar no somos todos extraños.
Ary y Veroka: ¡Ustedes no son extraños para mí! Tampoco este chico del banco de la plaza. Es decir, la barrera es tan pequeña, tan ínfima, casi transparente. Sólo una palabra y se rompe. Con sólo decir: qué lindo esta el tiempo, no? O... qué calor hace en este subte, ¿no? O... ¡qué buen libro ese que estás leyendo! Me ha pasado de tener encunetros así. Ahora bien, la proximidad en el subte, es otro cantar, ary. Viajar como sardinas no inspira para entablar ningún contacto ni humano ni animal ni nada.
si leés a Bataille te morís. bueno, al menos, La noción de gasto.
quiero verte.
beso.
De Bataille sólo leí "El erotismo". Me gustó muchísimo.
Gracias por el dato, C.
Yo también quiero verte!!
a veces pienso que el que todos seamos extraños es una construcción que nos fabricamos para "facilitar" ciertas cosas... no pensando que podría ser una terrible facilitación.
¿El otro es mi hermano cuando lo elijo? ¿O siempre es y me lo pierdo?
Un día rompí una barrera y le pregunté a un pibe que se sentó al lado mío en una estación de tren, le dije: ¿Estás bien? ¿Estás nervioso?
Luego nos subimos a distintos vagones. Y él me buscó a lo largo del tren para decirme chau antes de bajarse.
No me olvido de esa cara, de esa expresión.
¿Por qué se subieron a vagones distintos?
Justo hoy estábamos hablando con una compañera de trabajo de esa teoría que dice que en el mundo no hay dos personas que estén separadas por más de seis grados: es decir, pensá en cualquier persona, en un chinito de diez años que cultiva arroz con sus padres campesinos, pues él conoce a su padre, su padre conoce a un amigo que tiene otro amigo que puso un supermercado en Buenos Aires, donde compra la ex profesora de química de cuarto año del ex novio de una vecina tuya antes de mudarte...
No hay manera de probarlo, pero me gusta pensar que de esta manera somos todo menos extraños.
Espero que no te moleste: tu artículo y esta teoría me dejaron pensando, tanto, que escribí un artículo al respecto y te quise citar, para que mis lectores vean que tomé tu idea... :)
Hola Mariana! Primero que nada bienvenida. Conozco la teoría de la que hablás. La conocía por la teoría de los seis pasos. Justo hace más o menos un mes mi chico estaba leyendo un libro acerca de eso y tuvimos una charla larga sobre este fenómeno. Es realmente sorprendente pero sí, parece que es así. Y, de hecho, hay modelos matemáticos que intentan probar esto.
Gracias por el link, está bueno que los posts sirvan para inspirar otros posts. Nos estamos leyendo.
"mitakuye oyasin" dice un cartelito en mi consultorio. Significa, en lengua de pueblos originarios del norte, "todos somos parientes".
Beso,
mira la cantidad de comentarios que surgieron,que temita eh!
Somos todos hijos de Gaia :)
vero: a reflexionar se ha dicho! :)
ary: contanos ¿qué es Gaia? Vengo escuchando ese nombre desde hace tiempo. Yo sé que es el nombre que le daban a la tierra los antiguos europeos. Pero no sé. Quizás alguien sepa iluminarme mejor en este aspecto.
virgi, me encantó la frase. La agregué a este espacio que es un poco el lugar donde los extraños dejan de serlo y se hacen amigos, hermanos, "parientes".
Está lo que se llama hipotesis gaia que dice que la tierra se parece a un organismo:
http://es.wikipedia.org/wiki/Hip%C3%B3tesis_de_Gaia
están algunas creencias de nativos, como los Sioux, que directamente creen que es un ser y los hombres sagrados hablan con el/ella.
yo agrego que somos hijos porque estamos literalmente hechos de los materiales de la tierra, nuestros átomos han pertenecido un día a ella y otro día volveran a pertenecer a la tierra, respiramos su aire, tomamos su agua, comemos de sus frutos, la tierra nos da lo que necesitamos para vivir, la vida.
Ah, nos subimos a vagones distintos porque era la estación de Palermo y había muuucha gente (uno se sube donde puede).
Maravilloso post, Flor.
Dos cosas: recomiendo libro de Roman Gubern, catalán que escribió un volumen llamado El simio informatizado. Allí, entre otras cosas, habla del otro, no sólo un extraño, sino a veces un enemigo en potencia (...el otro es que ocupa mi lugar en las calles, en el transporte público, el que se compite conmigo por un puesto de trabajo...).
Por otra parte... vos y yo somos extraños. Y sin embargo acá estamos. Es un blog como el banco de una plaza, acaso?
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