Mis alumnos universitarios, cuando intentan comprender algunos de los conceptos de la lingüística estructural, terminan un poco embrollados porque, se sabe, al principio es muy difícil tanta abstracción. Pero lo cierto es que cuando algo comienzan a comprender sus caritas se iluminan como faros y eso es un espectáculo digno de ver. Por lo menos para mí.
Ayer, luego de tanta disquisición acerca del signo lingüístico "árbol" y que si el concepto y la imagen acústica y bla bla bla, luego de todo eso, al finalizar la clase me los encuentro en alegre montón en la vereda de la facultad tomando el fresco de la noche. Cuando me ven, me sonríen y me dicen mientras señalan el cemento de la calle:
-Profe, mire, nos talaron el árbol.
Cuac!
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