En unos minutos llega mi alumno nuevo. Sé que es un hombre mayor y que es su primera vez en Buenos Aires. Sé también que viene a bailar el tango y que maneja los pretéritos de manera aceptable. Cuando hablamos por teléfono fui anotando mentalmente lo que necesita: una buena repasada de ser y estar, vocabulario porteño, un mix de cultura porteña y conversación. La persona que me recomendó asegura que "es un personaje". No tenemos muchos días pero los suficicientes como para armar algo.
Me enternece la ignorancia de algunos extranjeros que no ven el Puente Saavedra como un límite sino como un mero accidente geográfico. Buenos Aires se abre ante ellos como una nebulosa de enormes distancias. No las discuten, tan sólo se entregan a ellas. Cuando le digo que el 152 dobla por la calle Carlos Gardel le parece de lo más apropiado.
Tengo preparado mate, chipá, un fajo de fotocopias, el María Moliner, el grabador. Sé que usaré la mitad de las cosas que he preparado. Siempre es así. La primera clase siempre es un abismo que hay que saltar. Sólo sé que él quiere aprender mi lengua. Tendré que llegar a él. De a poco iré pulsando las palabras que hay en su interior. Porque hablar no es meramente hablar. Y hablar una lengua que no nos pertenece tampoco es meramente hablar.
Quizás eso es lo que hace de este trabajo algo tan interesante.
3 comentarios:
Guau! Me encantaría ser una alumna tan bienvenida!
No sé por qué me hizo pensar en las madres durante el embarazo, cómo tejen una red de afecto mientras adentro se teje otra cosa.
Qué lindo.
sp: ¡Qué imagen la tuya! ¡Re guau!
Margot: :)
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