miércoles, 23 de mayo de 2007

De como Maria Florencia plantó un limonero con manos humanas.


Hay que entender algo de todo esto: yo nunca hasta ayer había plantado un árbol en la tierra.
Para tamaña empresa -que algunos considerarán menor- la llamé a mi madre que vive a ocho cuadras de mi casa. Le dije: voy a plantar el limonero que me regalaste. Y ella, por supuesto, dejó lo que estaba haciendo y vino enseguida a presenciar el acto.
Es cierto que a lo largo de estos años yo he cambiado a mis ficus de maceta, he logrado que nazca un naranjín mínimo de un cúmulo de semillas y tengo una palta que nació de un carozo. Pero todo eso no se compara con el trabajo físico que implica plantar un árbol.
El hoyo, por ejemplo. Uno cree que agujerar la tierra es simplemente cavar con una pala. Y no. La tierra además está impregnada de cosas. La tierra de todos los días. La tierra del pasto. Pero también la tierra de los escombros: de la arcilla y el vidrio. La tierra de otro tiempo, sepultado por albañiles, por arquitectos, por el "progreso" que todo lo meten bajo el manto de la Madre Tierra y que ella recibe, paciente, como cobijando un secreto.
Herir, pues, la superficie de este jardín que es sólo un pedazo de algo mayor. La piel del pasto es entramadísima y verde. Abrir la hendidura y sentir ese olor a secreto, a cuerpo desmembrado que volverá a juntarse apenas yo vuelva a cerrar el tajo impúdico. Una vez abierto el hoyo, limpiar con los dedos el cascote intruso. Esos dedos suaves e inocentes que preparan la cuna de un árbol. Ver los dedos inteligentes y buscadores de mi madre goteando sangre por algún vidrio anónimo y traidor que se clavó en su carne. Me asusto con esa sangre que sale de su dedo índice pero ella se ríe con esa risa sabia que tiene y me dice que no es nada mientras con la otra mano me muestra el vidrio que late aún preso de su ataque febril.
Entonces, depositar apresuradamente al limonero joven. Cubrir sus raíces con tierra magnífica y negra, reluciente de bríos. Juntar las manos que ahora tienen tierra nueva -y un poco de sangre- e inclinarse un poco, leve, muy leve, hacia el nuevo limonero.
Para desearle la mejor de las suertes y algunas lombricitas de yapa.

4 comentarios:

Nora dijo...

Abriste la tierra,
sin lastimarla.
Contemplarte en el esfuerzo,
sin dolor.
Estar hoy con mi Flor.

Anónimo dijo...

siempre quise tener un limonero(aunque con cualquier frutal me hubiera conformado) pero me desespera el hecho de tener que esperar años hasta comprobar sus frutos; es un poco egoísta pero mi ansiedad puede más.
muy lindo blog!

Barluz dijo...

Que emocion, que sensacion increible, unica, debe ser plantar un arbol con tus propias manos... me encantaria tener tierra para poder plantar cosas, aca en paris solo tengo un balconcito en el que puedo colgar un macetero, y estoy intentando que me crezcan plantitas, toda una tarea!

Hipotermia dijo...

hermosa ceremonia de tierra y sangre
qué buena madre
y la hija

un beso de invierno en mayo