En estos días estoy leyendo a Smila. O a Hoeg. Es Hoeg quien escribe pero es Smila quien habla. Y yo por estos días quiero creer en la primera persona. Entonces digo que leo a Smila. Sus cavilaciones de mujer de 37 años, estrictamente sola en una soledad elegida, cuidada y pulida. Rodeada de la nieve, la cual ama y entiende como a una hermana. En busca de un oscuro secreto -la muerte de un niño-, único móvil que logra conmoverla.
Smila me conmueve hasta en lo más profundo. Me conmueven su inteligencia, su elegancia para vestirse y sus atajos para llegar a una verdad que, por lo visto, no saldrá nunca del todo a la luz.
Smila, además, es una heroína que para la sociedad occidental y capitalista de nuestros días ha fracasado. Ha tenido las mejores posibilidades y las ha echado por la borda (de un posible barco).
Algo más. Smila lee a Euclides. Me soprendo. Hace unos años le regalé a Guille los Elementos de Euclides en una edición bellísima de Gredos. Aún éramos estudiantes. La encuadernación es de un azul oscuro, muy intenso.
En ese azul parecieran estar encerrados todos los secretos del Universo.
Un punto. Una línea.
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