Cuando terminamos con la clase ella me dice que hablemos de K. ¿Cómo le fue en la prueba? Mal. No alcanzó. Hago mi cara de circunstancia. Creo que de tanto hacer mi cara de circunstancia ahora sí la gente me da treinta años. Me pregunta cuál va a ser mi plan. Yo le explico que los conceptos que le enseñan a su hijo en ese colegio británico son muy abstractos, que su hijo además necesita conocer las palabras para después poder clasificarlas. No le digo, en realidad, que clasificar las palabras a los nueve años me parece una tremenda estupidez. Pero algo en mi mirada me debe delatar porque ella me dice: yo sé que es horrible, yo le digo a K que es horrible pero ¿qué voy a hacer yo? Y entonces me pide más tarea y que cuál diccionario puede usar. Y que K no acata las consignas (no lo dice así, si ella llegara a usar el verbo acatar me caigo ahí mismo de culo). Yo le digo que se quede tranquila, que algo voy a inventar. Algo. No sé bien qué. Pero algo. A ver.
Pienso que cuando yo sea madre las maestras van a sufrir conmigo.
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