Al volver de la clase de yoga, en un estado de beatitud para con todos los seres, veo a un perro caminando por la vereda. Es mediano, parece un embutido de color caramelo, ojitos chiquitos y patitas delgadas. De pronto, plum, se me sube a la pierna. Me quedo quieta, en plena vereda con el perro agarrado a mi pierna. Los dos quietos. Lo miro. Es tanta la sorpresa que no atino a hacer nada. Por otro lado me da miedo de que me muerda. No lo conozco, no sé de dónde vino, cómo apareció. Intento sacármelo de encima pero el tipo está emperrado en quedarse. Y me mira sacándome la lengua. Pasa otra chica que ve el espectáculo. Lo toca, lo roza, apenas, y el perro se desprende. Empiezo a caminar y el tipo nos sigue, intenta volver a subirse a mi pierna. Le grito, ¡salí, che, buscate una perra! Y acto seguido, cruza la calle y se prende de la pierna de la otra chica. Me apiado de ella y la ayudo a quitarse al perro hormónico de encima. Las dos nos reímos. El perro está alzadísimo. Le grito: no, no, no. Parecería que entiende perfectamente. Empezamos a caminar y el pichicho ahí, empecinado en seguirnos. Llegamos al almacén de la esquina y entramos. El perro se queda en la puerta esperando. Esperando. Esperando. Pasa un niño pequeño de unos cuatro o cinco años. El perro se le sube encima. El niño le pega una patada en la cabeza. El perro se va.
Fin.
3 comentarios:
Ayer pasé por tu casa
y me llevé yerba amarilla
que bien la estamos pasando
el termo, el mate y la bombilla.
Y eso que estamos en otoño... ¿qué pasará cuando llegue la primavera? Da miedo solo de pensarlo.
Chulian, sos todo un poeta, jajajaja.
Me alegra saber que la yerba está en buenas manos. ¡Especialmente en un momento como este!
Ana Laura: ¡Ah, las fuerzas ocultas de la naturaleza! :-) Bienvenida al blog!
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