miércoles, 15 de junio de 2011

Cuentas pendientes (Anagrama, 2010)

La lectura del último libro de Martín Kohan me sorprende. Uno abre su Cuentas pendientes (Anagrama, 2010) y se encuentra con un viejo de ochenta años que no puede recordar qué hace parado frente a una heladera casi vacía. La prosa, si se me permite decirlo, es detallista e inexorable. Para colmo, ya en el primer capítulo el tipo se mancha con clara de huevo (era cantado que elegiría el huevo crudo), olvida las cosas, arrastra los pies al caminar, vive rodeado de inmundicia, ya no puede coger. La prosa magistral de Kohan no pierde registro de ningún olor, ningún ruido, ningún color. Allí está, presente, desplegándose como siempre lo ha hecho, sólo que esta vez se ensaña con este personaje patético. Al terminar el primer capítulo me dan ganas de revolear el libro. ¿Por qué tanto patetismo? ¿Por qué?

Tengo para mí que Gimenez. Ah, esto es buenísimo. Se me había pasado por alto esta construcción gramatical tan extraña para el comienzo de un libro. Tengo para mí que. Un incipit que resume todo. Uno se imagina entonces a alguien inventando a Gimenez. El dilema de la voz que narra. ¿Quién narra aquí? Y la numeración de los capítulos: ese pasaje de los números romanos al sistema decimal. Y luego, las palabras. La imposibilidad de diálogo entre la cultura de masas y la cultura alta. Dos mundos contrapuestos.

Y qué pasa con Inesita. Yo quería saber qué pasa con Inesita que a fin de cuentas no se llama Inesita sino Mercedes. Por Mercedes Sosa, le dice Gimenez al profesor. Pero este Gimenez habla por sí mismo, o mejor dicho, un narrador omniciente lo hace hablar. Este narrador está por encima de la voz del profesor - de esa primera persona engañosa- y ha puesto en jaque su propia existencia. ¿Cómo? ¿La hija de Gimenez no se llama Inesita? ¿No es acaso hija de desaparecidos? ¿No es Gimenez, entonces, un personaje nefasto que en complicidad con Vilanoma ha robado este bebé de los brazos de su madre? Y no, se llama Mercedes. Por Mercedes Sosa.

Cuando Gimenez le pregunta al profesor de qué se trata su novela éste no responde con una historia sino con un montón de términos teóricos. El diálogo entre la cultura alta y la cultura de masas, apocalípticos e integrados, un poco de Eco, otro poco de Adorno. ¿Y la historia? La historia, mi amigo, es lo que estamos leyendo. Es lo que nosotros, lectores, leemos. Es esta conversación, este café entre Gimenez y el profesor, es la eterna pregunta que se ha hecho Kohan en varios de sus libros y que se manifiesta muy claramente en Segundos afuera. Ledesma y Verani y la imposibilidad de un diálogo, la imposibilidad de compartir un código "como tan claramente lo demostró Roman Jakobson".

Pero aquí nadie se salva. Ni siquiera el profesor. Hay muchas cuentas pendientes en este libro. Todo pende de un hilo narrativo. El profesor vuelve a su casa y su vida no es menos patética que la de Gimenez. Y entonces pensamos "tengo para mí que el profesor", ¿no? Y así nos quedamos recostados en la cama, panza arriba con el libro en las manos, mirando las rendijas de una persiana baja. Nosotros lectores, imaginamos la vida de este escritor que vuelve empapapado a su casa y es un pobre cornudo porque su mujer se acuesta con un tal Antúnez. Y así. La imaginación. Todo vuelve a rodar. Tengo para mí que. Y de eso se trata.

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